Miguel es un lechuzo de la especie lechucita vizcachera (Athene cunicularia). Nació en un parque urbano de la ciudad de Buenos Aires, más bien, en un tacho enterrado en un pequeño barranco ubicado en la pista de atletismo del Parque Sarmiento (barrio de Saavedra). Sabemos que Miguel es hijo de Rosita, aunque no sabemos si su padre es Pedrito o Edmundito (que a su vez fue hijo de Rosita y Pedrito). Sí, así de confusa y larga es la historia, pero eso queda para otra ocasión (pueden ver un resumen en este tweet).
Estas lechuzas son únicas porque hacen nidos en cuevas (típicamente de vizcachas, de ahí su nombre), pero en un parque urbano -que fue chacra hasta los años ‘30 y que durante los infames ‘70 la dictadura convirtió en “polideportivo”-, es difícil que un animal que anida en el suelo prospere. Además, el suelo del parque es pura piedra y cavar ahí resulta complicado para esta ave.
No quedó otra que inventar. En un acto de inteligencia colectiva aprendimos a construir casas para lechuzas que anidan en cuevas y todo empezó a tomar forma: cuevas, posaderos, redes de contención para separar personas y eventuales visitas de perros, plantas nativas para fomentar la presencia de polinizadores, etc. Los atletas, trabajadores del parque, observadores de aves y demás visitantes del parque ya conocen a las lechucitas, que hoy son una suerte de celebridad. En el fondo, se trata de un esfuerzo de ayuda mutua interespecie, que prospera a pesar de insertarse en un lugar impensado, en medio de la ciudad de la furia.
La historia familiar sigue. Miguel tuvo una primera compañera: Bartolina. Lamentablemente la vida urbana viene con variada oferta cultural y algunos negocios asociados. Su primer concierto musical: un masivo recital de reggae organizado por el entonces flamante gobierno de Rodriguez Larreta, en agosto de 2017. Como sobrevivieron a ese evento construimos otro espacio para ellos, con otra cueva artificial. Sin embargo, en 2018, ni Bartolina ni Pedrito salieron ilesos de los Juegos Olímpicos de la Juventud y en pocas semanas de diferencia perdimos a ambos. Miguel se quedó solo por varios años y durante la pandemia, sin gente en el parque, decidió hacer su propia cueva en un sector de arena destinado anteriormente al salto en largo de atletismo, espacio que sostuvo con una gran tenacidad a pesar de muchos intentos de erradicarlo.
En septiembre del 2021, de la nada, llegó otra lechucita, a quien llamamos Berta. Desconocemos de dónde vino pero lo fantástico fue que ambos criaron en esa cueva de arena en el verano del 2022, aunque ninguno de los 4 pichones prosperó. Sospechamos que la sequía complicó la alimentación. Lo volvieron a intentar en el verano del 2023 y criaron a tres hermosos pichones que venían creciendo súper bien hasta que… ¡anuncian otro recital! Y más heavy, heavy metal.
Por supuesto que ante estas oportunidades de negocio nunca se tiene en consideración la biodiversidad del parque. Esta vez las lechucitas tenían pichones y además estaban instaladas en un sector más expuesto. Lo mejor fue que, en otro esfuerzo colectivo, hicimos para ellas un canto en mapudungun, liderado por la cantante mapuche Anahí Mariluan (@anahirayenmariluan), en una tarde tremendamente calurosa de marzo de 2023, con el objetivo de reconocerlas y fortalecerlas para que lograran superar ese nuevo desafío.
¡Vaya que sirvió! Las lechucitas lograron pasar el mal trago de tanta gente, ruido y maquinaria, y los pequeños lograron crecer en buenas condiciones. Dos de ellos, al llegar a la edad de abandonar el territorio, fueron en busca de uno propio.
Pero no termina acá la historia. En noviembre del mismo año el parque público volvió a “alquilarse” a un privado para otro festival, llamado “Primavera Sound”. Dos días de recitales, 12 horas cada día. Otra vez organizamos equipos de cuidado y confiamos en que la experiencia y las energías las orientaran para sobrevivir. Nuevamente así fue.
Hace poco perdimos a Miguel. Berta abandonó el lugar (probablemente al perder a su compañero), sin embargo, queda una tercera generación nacida en el Parque Sarmiento. Pequén es ahora el señor del lugar junto a Mapu, su compañera que llegó -quien sabe desde dónde- este verano que atravesamos.
Ojalá esta historia continúe por muchas generaciones más. Miguel tuvo una vida bastante difícil, pero es reconfortante saber que pudo tener descendencia. Nos ofreció la oportunidad de experimentar la música de Anahí como una forma de comunicación con ellas, para transmitirles cuidado y amor. Y para quienes quieran oír: que hay otras maneras de hacer música, con respeto hacia todas las formas de vida, sin avasallar los derechos de nadie y sin dinero mediando ni corrompiendo relaciones.
Un detalle. Miguel se llamaba así por Miguel Sánchez, un atleta desaparecido en la última dictadura militar (la pista de atletismo donde viven tiene el mismo nombre). Quizá son sólo unas lechuzas en un parque, pero también son memoria y esperanza de un futuro vivible y más amable. Son una canción entonada desde el corazón, una recuperación territorial y un proyecto de ayuda mutua interespecie. Gracias Miguel.
3 Comments
Cristian
El mayor depredador, el hombre también puede tener ratos de lucidez y poner en valor aquello que la generosa naturaleza nos da, es una historia !!!
Leticia
Muy bello trabajo – felicitaciones. Unen arte y ecología gracias
ADRIANA
Una hermosa historia. Tuve la alegría de conocer al que fue el primer pichón. estoy emocionada y agradecida de haber conocido a Mariana ese día que me presentó a Miguel
Saludos adriana