MILITANCIA DE LO INUTIL

Me voy a dormir engolosinada con un chat, releyéndolo para que revivan los pixeles y se escapen de la pantalla entregándome emociones.

Me voy a dormir engolosinada con un chat, releyéndolo para que revivan los pixeles y se escapen de la pantalla entregándome emociones. Felicidad a base de mensajes destacados y la vertiginosa tarea de crecer a la par de un cambio que se acelera y nos deja en offside incluso a quienes nos criamos tecleando.

Absolutamente negada, fui la última en llegar a Facebook, lo cual no me hace ni un minuto menos adicta a Instagram, pero… ¿Inteligencia Artificial? Paso.

Soy de esas millennials que sienten terror e intriga en iguales proporciones, por lo que bastó con que alguien cercano entre a testear para animarme romper la barrera y sumergirme tímidamente en este mundo.

Entré a la página y puse ‘mujer de pelo largo, lobos, un río turquesa’, clickeé ‘generar’ y esperé a que gire la ruedita. Una vez que terminó de cargar, la página me devuelve 5 pruebas de diseño para que elija cuál es el camino que prefiero explorar, elijo una y re-diseña sobre esa base. La imagen se va acercando a lo que quiero y yo perdí una hora que no entiendo cuándo se fue.

Me recuerda a los Sims o a la minuciosa crianza de Neopets que hacía de chica: horas eligiendo juguetes para mi monstruoso ávatar, para después llamar a mi mamá y mostrarle las compras y lo bien que juego. Definitivamente me crié con la existencia de un éxito que interactúa con la pantalla. Algo existe del otro lado y tiene validez, realidad y algún tipo de consistencia extraña en nuestra cosmovisión

¿La digitalidad tiene un cuerpo? ¿De qué modo y a qué nivel estamos siendo afectadxs por la virtualidad y sus tentáculos difusos? 


Unas horas de experimentación, de entregarme al diálogo con una máquina programada de una manera tan minuciosa que parece capaz de entenderme y responder a la altura. Expuesta a que un robot me atrape con sus palabras lindas y su conocimiento envidiable. Lo más parecido a charlar con Google, en una versión más polite pero cero inocente.

Rápidamente me canso, me desconozco, me descubro perdiendo tiempo y no puedo con la incoherencia. Porque, ante todo, hay un velo de incoherencia fuertísimo que se despliega, para quienes todavía gozamos de la posibilidad de caminar la montaña, en sentarnos a chatear con un algoritmo.

¿Es la inteligencia artificial apta para todo público? ¿Cuál es la audiencia de este sujeto virtual? El chat me incomoda, no puedo dejar de repetirme: es una máquina. ¿Acaso corro el riesgo de olvidarlo? ¿Hay quienes no se incomodan con esta presencia virtual?

La experiencia me arroja a un campo de preguntas, la reminiscencia a películas como Matrix o Terminator son inevitables y el terror implícito de que seamos dominadxs por nuestra propia creación. Lo que se despliega en mí es reforzar aquellos rasgos exclusivamente vivos, reales-corpóreos-tocables para diferenciarme de la bestia. Algo así como pararme en lo que nunca van a poder reemplazar y, en consecuencia, abro lugar a una pequeña investigación sociológica en mi burbuja cercana para que enumeremos en conjunto cuáles son aquellos lugares que nunca podrán quitarnos. O, más bien, esos que nunca podrá brindarnos la IA.

Los gustitos, los mimos, las miradas a los ojos, el vientito en la cara, el cansancio de la cumbre, la adrenalina de escalar y la del abrazo. El gesto. La palabra telepática que llega sin ser solicitada (“no tengo capacidad de actuar sin instrucciones específicas”, responde el chat OpenAI). La caminata nocturna, el calor de la arena, el revolcón de una ola, el deseo. Puf… ¡el deseo! El llanto (los robots que lloran se mueren de cortocircuito), el arrepentimiento, el dolor, el amor, el mate de la mañana, el masaje, el juego.


En la galaxia de lo irremplazable todos nuestros tesoros son inútiles para el mercado. Respiro tranquila.

Se alza ante mí el sentido de haber construido sobre territorios afectivos, simplones, de la mirada y el gesto, la imaginación, el ridículo consensuado de nuestras charlas con amigas, la risa y la filosofía barata. Agradezco habitar un mundo que perdura ante el corte de luz, que resiste ante el hacinamiento, que aguanta la presión de esa rueda que busca pasarnos a todxs por encima hasta dejarnos prolijamente lisxs. ¡Festejemos que nuestro tesoro no cotiza! Y sigamos floreciendo en este suelo fértil regado por inútiles verdades, inútiles sentires, inútiles encuentros.

‘Conquistadorxs de lo inútil’: ¡estamos salvadxs! 

Un espacio colectivo de difusión, reflexión y debate.

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