EL ÚLTIMO RÍO DE LA PATAGONIA

Pequeñas notas sobre el reciente estreno de una película que respira esperanza y lucha.

Nadie duda ya de que nuestros días parecen inevitablemente signados por cierta sensación de desolación y desesperanza. Pandemia, crisis climática, incalculable pérdida de biodiversidad, megaricos que viajan al espacio en cohetes privados mientras millones de seres humanxs y no humanxs pierden sus vidas, tierras y alimentos.

Y en medio de este panorama, bien, pero bien al sur del planeta, un río de un color turquesa brillante y profundo serpentea insistente la estepa patagónica, desde su nacimiento en el Lago Argentino hasta el Océano Atlántico. Este curso de agua, nacido del deshielo de los glaciares, es fundamental para sostener la vida en este ecosistema tan frágil como implacable. Pero como todo en este mundo, ni el río más prístino y alejado escapa a la mirada, siempre en expansión, del capitalismo voraz. Y así le llegó la hora al río Santa Cruz. Si por milenios este río nutrió la vida que da forma a estos paisajes espectaculares e indómitos, en lo que viene parece que su curso será desviado en pos de alimentar mejor algunas cuentas bancarias. 

Sin embargo, el río no está solo, ni su fuerza se ha dejado aún someter. Por el contrario, parece que sigue motivando vidas e imaginarios, quizá con más potencia que nunca. El último río es una película que habla de todo esto, pero más que nada habla del amor, del amor de una persona en particular y de muchas otras por la vida, que es para ellxs lo que éste y todos los ríos significan. Esta es la historia de un grupo de activistas ambientales que decide hacer una travesía en kayaks, atravesando todo su curso, para movilizar y alertar ante el avance de las obras que buscan represarlo. No es la primera película sobre el tema, aunque significativamente es una que evita sostenerse en el discurso técnico, legal e ingenieril, para atreverse a lo sensible, para mirar y contar qué les pasa a quienes ponen el cuerpo y el alma en el agua, cómo se moviliza la potencia de afectos y corporalidades, unidxs remando junto al río, gritando libertad. 

Frente a la razón patriarcal, capitalista y racista, que sólo ve al río como agua muerta que “se  desaprovecha” si sólo continúa fluyendo libre hacia el mar (sobre la idea del “aprovechamiento” bastante hemos escrito aquí), en este film se despliega otra sensiblidad, que ubica en el centro a la vida y la interrelación entre los seres. El trabajo en equipo, la amistad y la emocionalidad son los protagonistas de una potencia capaz de movilizar la resistencia ante el diseño (y sometimiento) ingenieril de la vida, ese motor del “desarrollo” capitalista, que donde ve vitalidad, entiende recurso.

Es esta, en suma, una película sobre la capacidad de responder, vincular, implicarse y responsabilizarse ante -y con- humanxs y no humanx, pero que lo hace dejando entrar sentimientos e imaginación a la escena, a formas de mundo y vincularidades alternativas. Si en este presente es imposible saber qué va a pasar con el planeta en pocos años, mucho menos sabemos qué estará tramando el río para defenderse del ataque del hormigón. Pero de lo que sí podemos estar segurxs, es de que aún hay personas para quienes la resignación no es opción.

El último río
Dirección: Sofía Nemenmann e Ignacio Otero
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