DISTOPÍA UTÓPICA DE UN FUTURO POSIBLE. POR EL FIN DE LOS MATADEROS

El Matadero como distopía utópica de otro mundo posible y urgentemente necesario.

Tal vez el día 10 de noviembre de 1985, para muchos de nosotres, no nos suene por nada en particular, pero ese día -según los registros históricos- se inundó la Villa Epecuén. Este sitio hoy lo conocemos más por las fotos de sus “ruinas” que como un popular destino turístico. Sin embargo, un paseo por sus alrededores nos permite (re)descubrir el pasado y el futuro.

Villa Epecuén, con bajante histórica de la laguna


Si bien es probable que esta laguna no ocupe mucho espacio en el imaginario clasemediero argentino, como otros sitios turísticos de mar o montaña, la laguna Epecuén es un lugar espléndido; flotar en estas aguas, calmas y de altísima concentración salina, es una gran experiencia. Miles de aves acuáticas la visitan, desde flamencos a bandadas enormes de faloropos, y en sus alrededores se ve fauna típica de las pampas, como halcones, lechuzas y zorros. La laguna Epecuén es la última y más baja del “sistema de encadenadas”, sus aguas sólo se eliminan por evaporación o absorción del suelo. Como todo sistema hídrico, está atado a ciclos, con temporadas de lluvias abundantes y sequías que se alternan. Sumemos cambio climático a la ecuación y se entenderá por qué este lugar es tanto un recuerdo como una premonición.

La laguna Epecuén es hogar para miles de aves

NADA DETIENE EL FLUIR DEL AGUA

Desde finales del siglo XIX, el sistema de las lagunas encadenadas fue modificado para regular los caudales y mantener irrigados los campos “productivos”. Para eso se realizaron obras como la canalización del arroyo Sauce Corto y la construcción del canal colector Ameghino, modificando el sistema hídrico de la cuenca. Aquel noviembre de 1985, en pleno ciclo húmedo y crecidas, el entonces gobernador Alejandro Armendáriz (UCR) ordenó quitar los sistemas de defensa, lo que determinó la suerte de la villa y el cementerio. Fue imputado, junto a otros funcionarios radicales, por desvíos de fondos para obras contra las inundaciones y otras  actuaciones maravillosas del estilo.

Seguramente, quienes tuvieron la suerte de conocer y disfrutar de la Villa Epecuén tengan hermosos recuerdos. Llegó a recibir  unos 25 mil turistas entre 1950 y 1970 y 1500 habitantes estables. Hoy parece una gran demolición: al calor de un sol fulminante de enero, todo lo que queda de ella son pedazos de hormigón desparramados y algunas fotos que permiten imaginar cómo se veía antes del agua.

Restos de la Villa Epecuén


ESPECTROS DEL MATADERO

Si hay un lugar emblemático para visitar en Carhué es el Matadero. Obra del arquitecto Francisco Salamone, quien diseñó varias obras por esta zona, monumentalistas y tanáticas, como palacios municipales, cementerios y mataderos. Los restos del matadero de Carhué resisten en su puesto, cercanos al casco urbano y a la laguna. Son patrimonio histórico, a pesar de su degradado estado actual. 

Estar en ese sitio ofrece una mezcla de sensaciones, y ninguna tiene que ver con cierto disfrute arquitectónico. Es paradójico, o no tanto, cómo este espacio de encierro y muerte fue -y sigue siéndolo- un símbolo fuertísimo del poderío y el progreso humano, del avance, control y abuso sobre la “naturaleza salvaje”. Construído en 1937 y con su emblemático cartel “MATADERO”, no deja lugar a dudas. Es un templo dedicado a la muerte, al sometimiento del animal, de la naturaleza indomable. El “avance” de la élite de la pampa húmeda se produce sobre el aniquilamiento de millones de cuerpos animales, criados para un único fin, morir en el matadero. 

El Matadero


Sin embargo ahí está hoy, en ruinas, y su mayor carga simbólica en el presente es funcionar como una distopía del futuro que nos espera si seguimos creando y aniquilando millones de animales sin que se nos mueva un pelo, generando toneladas de gases de efecto invernadero, desmontando, contaminando, y homogeneizando los cultivos con el único fin de convertir al alimento en un “commodity”. Porque, seamos sinceres, no es para las proteínas que se erigen los  monumentos.

Cantidad de literatura científica y reportes mundiales advierten sobre la necesidad de cambiar radicalmente la producción y consumo de alimentos a nivel global si esperamos alcanzar la meta de mantenernos por debajo de un aumento global de temperatura de 1.5° grados, antes del final de la centuria [1]. A este paso, estamos lejísimos de conseguirlo, y no sólo eso, los gobiernos nos llevan directo al abismo mientras pretendan garantizar la acumulación de pocos a costa de un modelo basado íntegramente en la explotación animal y el extractivismo de materias primas.

 

Visitar Villa Epecuén es como transitar por una película post-apocalíptica pero extrañamente hiper-real. Repetimos, las élites gobernantes en alianza con los estratos ricos y poderosos de las sociedades humanas nos están llevando a todos los vivientes al colapso. Un ciclo que se retroalimenta gracias a la explotación y aniquilación de lo vivo, que todo lo convierte en cosas disponibles para su aprovechamiento. La inundación en la memoria y los escombros del presente son una imagen de hacia donde nos dirigimos todes, sin excepción. Para algunes llegará peor y más rápido, pero es imposible huir del planeta ni salvarse individualmente. La Tierra arde, los hielos se derriten… quizá más pronto de lo que quisiéramos, esa imagen del agua arrasando con todo sea nuestra ‘nueva normalidad’.

El Matadero, sus espectros y el tiempo infinito

 

Permanecer de noche bajo las miles de estrellas, frente a las ruinas de un matadero emblemático, signo del poderío humano sobre la “naturaleza salvaje” nos pone frente a nuestros propios espectros. Por cada estrella un mismo deseo: basta de crueldad. Y si prestamos atención, desde esos campos se escucha a los animales advirtiéndonos que ese pasado en ruinas es también nuestra utopía, para movilizar el presente y el futuro. De nosotres depende si queremos seguir erigiendo mataderos o restaurar ecosistemas, devolver un poco el equilibro, volver a ser un conglomerado de especies en la tierra, interdependientes y creadoras de biodiversidad. 

En los mataderos, después de todo, no hay sólo vacas.

Un espacio colectivo de difusión, reflexión y debate.

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