Por Sofía Nemenmann
“Si la brujería capitalista embruja al punto en que no nos inmuta que un bosque nativo se convierta en el basurero de una multinacional, si logra que nuestra percepción se intoxique hasta la saturación sensible, si aliena las emociones al punto de la indolencia y el cinismo, urgen los contraembrujos para quienes creen en el mundo.”*
Un movimiento que es hijo de la urgencia, nació en el año 2014 con la convicción de evitar la destrucción del río Santa Cruz. Mujeres de El Calafate, Chaltén, Piedra Buena, San Julián, Puerto Santa Cruz, Gallegos y Buenos Aires se ven llamadas a la acción, interpeladas por una incipiente megaobra hidroeléctrica que amenaza el territorio. Una provincia cascoteada por el extractivismo suma un problema a la lista, ya no son solamente megamineras examinando con lupa cada cerro, ahora se sumaban dos megarepresas.
Bajo el paraguas de la generación de empleo, buscaban sembrar la semilla de la necesidad enfrentando a la población local. El cinismo despierta cinismo, pero no es lo mismo quien lo impulsa que quien lo recibe. Un trabajador se despierta cada mañana para ir a trabajar en pésimas condiciones laborales y defiende una obra que destruye su propio río; no está de acuerdo con la obra, no la quiere,- me lo dijo-, pero al trabajo lo necesita. A su pareja le toca sostener la casa, la crianza, los quehaceres domésticos, para ella no hay oferta laboral.
En la escuela se llenan rápido los cupos. Más que trabajo, la obra atrajo trabajadores que armaron la valija, agarraron a su familia y se mudaron tras una promesa esperanzadora. Con eso no se juega, con la esperanza no. Pero la desconexión, atrae más desconexión. Y la maestra de la escuela milita para que no destruyan este río y se opone al maldesarrollo, y también le duele que su vecino tenga que trabajar en la represa, que no los cuiden ni en plena pandemia, que la promesa y la esperanza no sean tales, porque ella también tiene las suyas.
Las ecuaciones que se desprenden de situaciones como esta, son tan rápidas como peligrosas. Se trata de falsas dicotomías generadas pacientemente por un sistema que nos tiene embrujadxs. Queda establecido como si fuera obvio que, quien lucha para frenar una obra que da esperanza a un trabajador, está en contra del pueblo. Se desprende también la certeza de que esa persona se opone al “progreso”, se lo culpa por “vago”, se lo pinta de “hippie”, se lo descalifica. Se infantiliza la postura que defiende a la vida, al río, a los pumas y guanacos, porque conviene. Resulta funcional pensar que, quien habla desde sus sentimientos, es porque no entendió el juego. Que la política y los sentimientos parecieran correr en carriles separados y nunca juntarse. El frío de la estrategia no sabe llorar mirando un atardecer y sin embargo…
Veo en esta época de singularidad-globalización que está aflorando el valor de lo individual. Ahora las campañas son en torno a los defectos del influencer, escuchamos cosas como ‘hay que mostrarse real’ y ‘lo que funciona es que seas auténticx’. Entonces vemos cuadros políticos muy activos en sus redes sociales, mostrando videos del perro, del hijx, de la tostada quemada. Incluso la sensibilidad para con la naturaleza la está pegando, y ni hablar del feminismo.
Una a una, este sistema se va comiendo nuestras luchas, se va apropiando del lenguaje, las va vaciando. “Capturan prácticas, objetos o ideas sublevadas y los someten a sus exigencias”*. Pero hay una cosa con la que no puede, porque no entra en sus boletines oficiales, ni la pega en instagram. Y es el sentimiento. No puede con el sentimiento, por eso lo impugnan: son infantiles.
Dice Natalia Ortiz Maldonado, en su “Embrujos y contraembrujos”, que si el capitalismo sucumbiera ante la crítica, hace tiempo que habría desaparecido, de ahí el llamado: “Si el capitalismo decide los términos en los que puede ser impugnado, es necesaria una palabra que implique una transformación en quién la pronuncia, una palabra de la que no se pueda salir indemne: Brujería.”
No creo en la crew de funcionarios que repite discursos sobre Recursos Naturales, no creo que se pueda construir nada distinto paradxs desde el mismo lugar en el que estábamos, ese que nos trajo hasta acá. Urge usar otro lenguaje, no podemos embanderarnos por la sustentabilidad, porque es en nombre de la misma sustentabilidad que hoy se destruyen montañas y se envenenan campos. Es uno de esos términos a los que hay que agarrar y escudriñar para ver quién tira de la otra punta, para estar segurxs de que no estamos sosteniendo un discurso similar al de esas empresas contra las que peleamos.
Abandonemos de una vez la cinchada ‘progreso sí – progreso no’. Estamos agotando nuestra energía en la lucha equivocada, estamos jugando un juego que perpetúa la destrucción. Tenemos potencia suficiente para generar conceptos creativos que nos permitan dejar de afirmarnos desde la negación.
Sueño con un sector en la lucha socioambiental que no saque los pies de la tierra. Porque, si “dios atiende en Buenos Aires”, hagamos una cadena de manos desde el río Santa Cruz para que desde el Senado de la Nación se sienta el frío de su agua.
* La brujería capitalista / Isabelle Stengers; Philippie Pignard. – Ed. Hekht Libros, 2017.
One Comment
Marcelo
Hay que corregir el rumbo ya !