Me animé a ver esta película aún suponiendo que podría ser triste. Pero es hermosa, desde lo visual y sobre todo, desde lo que narra: el tiempo en que Craig Foster conoció y generó amistad con una pulpa.
La película cuenta poco sobre la vida de Foster, varón blanco occidental que habla inglés, de un buen pasar y que se dedica, o al menos tiene acceso y manejo, a filmar. Su historia es bastante paradigmática, goza de cierto éxito, una familia tipo, una casa copada, un buen trabajo… pero como suele suceder, llega el día en que se pudre de todo.
Entonces nuestro protagonista humano decide reconectar con la Naturaleza sudafricana en la que creció y se va a bucear a un bosque de algas kelps, lugar increíble que tiene ahí nomás de la casa. Acá empieza la aventura.
El lugar en sí mismo es fabuloso, además ahí se luce la fotografía y la capacidad técnica y visual para mostrar una atmósfera que parece de otro planeta, con sus especies tan particulares, los colores, los movimientos, todo es atrapante. Y especialmente algo que Craig ve en el lecho marino (no está a mucha profundidad y no usa equipo de aire, simplemente un snorkel), una figura extraña, una especie de construcción hecha de conchas de caracoles. Cuando se acerca a ver qué, es descubre que era un pulpo que se estaba “escondiendo”.
Así empieza esta historia, Craig decide buscar al animal, que resulta ser una pulpa, con la que comienza un vínculo amistoso, primero de desconfianza curiosa de parte de ella, pero que va creciendo día a día durante toda la vida del animal (spoiler alert, vamos aprendiendo también sobre la ecología de los pulpos, son súper inteligentes, solitarios, los tiburones son sus mayores predadores en este sitio y no viven mucho tiempo).
Es un vínculo hermoso y particular, entre dos seres completamente diferentes. Seguramente cualquier persona que haya sostenido algún tipo de amistad con un ser de otra especie se va a sentir interpelado por esta historia. En un mundo donde a les humanes casi que nos obligan a desconocernos como otro animal más del plantel de la Naturaleza, sostener un vínculo con un otre tan diferente – desde lo comportamental hasta lo morfológico – es todo un desafío. Y una experiencia que te cambia la vida
Por supuesto, y en el film no se omite, siempre existió y existirá ese abismo infranqueable entre nosotres y les animales (y en realidad, no existe el mismo abismo entre humanes también?) y sin embargo, ahí estamos. Y, a veces, si somos capaces de sentirlo y aceptarlo, nos permiten compartir un rato de sus vidas con elles. Así también sufrimos porque nuestras vidas corren paralelas pero siempre independientes… y más cuando se trata de animales silvestres cuyas vidas siempre están en riesgo de ser presa de otro animal o sucumbir al “progreso” de este mundo y época tan especialmente compleja. Y aunque estas experiencias son cortas y suelen terminar con dolor, quienes las conocimos creo queaprendimos a valorar cada segundo.
Pura ética del cuidado. Responsabilidad hacia une otre sin esperar nada a cambio, aunque quizá sin saberlo ni quererlo, algunos seres se convierten en nuestras maestras de la vida, nos cambian para siempre la forma de vincularnos con lo que nos rodea, de valorar las existencias, de poner el cuerpo para hacer de este un mundo algo un poco mejor para todes, humanes y no-humanes. Y si la ciencia y la filosofía, en su gran mayoría, han relegado al animal al lugar de objeto y cosa a explotar y aprovechar, es en el arte – y en el cine sin dudas – donde se refleja y retoma ese vínculo primordial, que persiste aún en esas pequeños y súper significativos momentos en que miramos a los ojos del animal y este, finalmente, nos devuelve la mirada.
“My octopus teacher” (2020)
Dirigida por Pippa Ehrlich y James Reed
Producida por y para Netflix
