Una naturaleza desbordada de vida y de sensorialidad se crea en la novela Las aventuras de la China Iron de la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara. La China Iron es el personaje de la mujer de Martín Fierro cuya voz había quedado silenciada en el texto de José Hernández. En esta historia, la autora no sólo la convierte de espectadora en protagonista sino que además le brinda pulsión de vida, mucho goce y nada de culpa.
La trama comienza con una iluminación. Tras la captura de Fierro, la adolescente se da cuenta que para irse tiene que “hacerse otra” y entonces decide viajar. Lo hace dejando a sus hijos al cuidado de unos conocidos de confianza y sumándose a la carreta de Liz, una inglesa que va hacia el desierto en busca de su marido. Será ella, con su amor, sus saberes de una europa industrializada y el desenfreno de la pasión quien guiará a su flamante amiga en la construcción de una nueva identidad.
La complejidad del relato está dada en la problematización de las relaciones de poder de género, raza y capital que se construyen a partir de un uso performativo del lenguaje, especialmente, en cuanto a la materialidad de la naturaleza. A través de los ojos de la China, el mundo es diversidad de bueyes, ramas de ombú, dragones, sedas, ríos cristalinos, tararies, vacas, olores y aires que dibujan colores en el cielo.
Este estallido sensorial aparece como consecuencia del extrañamiento que le produce esa nueva vida en libertad viajando en una carreta llena de objetos nuevos, y que contrasta con su historia de opresión bajo el poder de Fierro y su madrastra La Negra. Conforme avanzan los kilometros el recuerdo de ese pasado va quedando atrás, y se van formando relaciones de equidad no sólo entre ella, Liz y el gaucho Rosario que se suma al viaje, sino también con la naturaleza. La diversidad de la Pampa argentina es arrojada ante sus ojos con un brillo que la termina iluminando, enriqueciendo esa otra vida y cuya sensación de luz y colores también recae sobre el lector.
Las aventuras… es un culto a la materialidad del mundo y a la acción de los personajes. Es metida en la tierra donde la China encuentra su hogar. Por ende, todo lo amado que allí habita le permite establecer vínculos basados en la reciprocidad, el amor y el cuidado con los animales y las plantas. La vitalidad del personaje se retroalimenta de ese mundo animado, brilloso y en constante movimiento del que no se siente ajena. Por eso, la China puede sentir empatía por sufrimiento de una vaca que llora a su ternero muerto y cuyo dolor le evocará el amor por sus propios hijos o -con ceremonia de hongos de por medio- caminar en cuatro patas sintiendo su propio cuerpo animalizado.
Es una escritura de desvíos la de Cabezón Cámara no sólo por la parodia crítica al Martín Fierro sino también porque desactiva el dualismo cartesiano que separa la razón de la naturaleza y que en palabras del autor Aníbal Quijano “es uno de los elementos fundantes de la colonialidad/modernidad/eurocentrada”. La decolonialidad en la novela también implica la desclasificación racial de la población y no división dominante entre género masculino-femenino. Será en la adaptación a la vida en comunidad con los indígenas donde estas desclasificaciones se emplazarán dentro de un orden social, económico y político. En tiempos de pandemia, de destrucción ambiental y de monocultivo de territorios e “ideas”, como adiverte el Nobel Adolfo Pérez Esquivel, esta utopía actualiza la políticidad de la escritura de Cabezón Cámara.
¿Sería posible vivir en un orden sin oprimidos ni opresores, sin fronteras entre hombre-mujer, blancos- negros o espacio público- privado? Si la literatura contribuye a la formación de imaginarios sociales y los textos dialogan con la historia, la propuesta de Cabezón Cámara se asemeja al tipo de comunidad que la filósofa feminista Silvia Federici describe en su libro Reencantar el mundo como “un tipo de relación basada en los principios de cooperación y responsabilidad: entre unas personas y otras, respecto a la tierra, los bosques, los mares y los animales”. “No es la promesa de un retorno imposible al pasado sino la posiblidad de recuperar el poder de decidir colectivamente el destino en esta tierra. Esto es lo que yo llamo reencantar el mundo”, propone.
Vivir como lo hace el personaje “con todo el cuerpo metido en el aire” y con un “pensar orgánico”, en términos de la autora Charlene Spretnak, hace que esta aventura sea de un andar liviano, conciente y alegre. Viajar en carreta, apreciar la belleza de los cuerpos negros y grandes de los indios, saber que “el agua duplica la felicidad”, conmoverse observando las pupilas de una vaca y tener una familia allí donde hay amor. El mundo de Las aventuras… cuestiona y construye todo en mil colores hacia direcciones múltiples. Y así, permite imaginar a un pueblo entero fundarse cuando hay cimientos que decantan.