Colaboración de Jair Zolotow
“Parecía que estaban de vacaciones” dijo uno de los peones del campo de los Echevere, hablando acerca de aquellxs que aguardaban el desenlace de un conflicto por la tierra y la posibilidad de refundar el uso de un territorio, sobre otros principios.
Sincronía de esas que a veces aparecen en el tiempo riéndose de los que planifican todo, ayer se encontraron nuevamente, como desde el principio de los tiempos, la locura y el poder. Sabemos de antaño -pero también de hace no tanto- que las sociedades han llamado locos y locas a aquellos que se resisten a seguir la moral dominante ciegamente, a vivir como Dios manda, a aquellos que se permiten en cuerpo y vida habitar un margen, un borde, para dar lugar a lo imposible. Históricamente, todo detentor del poder, quiere encerrar a los locxs. Lo hacen con cierta razón. La locura desborda. La locura es la que puede crear nuevas ideas. La locura es aquella que cuestiona, pone en jaque, critica, y crea algo distinto de lo que el poder manda. Los poderosos de turno lo saben. La loca de Dolores, el Loco de Juan, les loques de Guernica. Las Locas de Plaza de Mayo. La loca de Cristina. La loca de Evita. El loco de Guevara.
Aquellos locos que se atreven a salir de la comunidad ordinaria, y a fundar una comunidad distinta, que no siempre necesita durar para triunfar, que permite un nuevo tiempo. Una comunidad impura, enigmática, secreta, de los sin comunidad. Forjada por un movimiento convulsivo de seres que se buscan los unos a los otros.
No hay que odiar las tomas. Porque más allá de la consabida incomodidad que despierta en aquellxs que ponen el cuerpo y sostienen esa experiencia con toda su disposición, son los que fundan de repente, en cualquier territorio ordinario, algo extraordinario. En las tomas emergen sentimientos, de solidaridad, de peligro, de espera. Se crean lazos que pueden no ser duraderos, pero no por ello dejan de ser intensos. Son mucho más intensos que los lazos que propone el poder en su comunidad ordenada.
La efervescencia, el placer de estar juntos, la inocencia, la libertad de habla, el sentimiento de que el tiempo puede vivirse de otra manera. El peligro. La locura.
El secreto de esas comunidades emergentes no aparece en el relato mediático ni en el del poder. Ese secreto no puede ser derrotado. El secreto de estar juntos aunque sea por un pequeño momento. Un milagro que hace que las distancias, los límites, las vergüenzas, los miedos, se corran de en medio.
“Casi siempre ha sido la locura la que ha abierto el camino a las nuevas ideas, la que ha roto la barrera de una costumbre o de una superstición venerada” dice Nietzsche. Y pregunta luego en Aurora:
“¿Comprendéis por qué ha sido necesaria la ayuda de la locura; esto es, de algo tan terrorífico e indefinible, en la voz y en los gestos, como los demoníacos caprichos de la tempestad y del mar; de algo que fuese a un tiempo digno de miedo y de respeto; de algo que, como las convulsiones y los espumarajos del epiléptico, llevara el sello visible de una manifestación totalmente involuntaria; de algo que pareciera que imprimía al enajenado la marca de una divinidad, de la que él sería la máscara y el portavoz; de algo que infundiese incluso al promotor de la nueva idea veneración y miedo de sí mismo, en lugar de remordimiento y le impulsara a ser el profeta y mártir de dicha idea?”.
Celebremos entonces a esas locas, a esos locos, que se sobreponen a la parálisis dominante y mediocre, y que siguen haciendo aparecer allí donde menos se la espera, la comunidad imposible. Que se animan a tomarse vacaciones de lo cotidiano agobiante. No hay desalojo que pueda con el secreto de estar juntos.