El humano moderno se sirvió del fuego para la destrucción, expulsión, reapropiación, resignificación, explotación y desalojo. El prometeo moderno terminó por incendiarlo todo y por incendiarse a sí. Desarmó nichos ecológicos y modos de vida. Desarmó hogares, y construyó otros, símiles a cajas italianas teatrales donde dejarse hipnotizar por la incandescencia, las sombras, las luces y “la imagen movimiento”.
Se protegió del daño del ardor, limitando su miedo frente a él, creyendo controlarlo. Las chimeneas y hogares sustraen del espectáculo del fuego, lo nocivo directo, lo que nos habla de nosotros: el humo.
En un sentido contrario, contrapuesto, otras culturas no modernas, ni hegemónicas, arman fogón: fogón que implica respeto, admiración, vínculo con el elemento de una manera otra. Una reunión. Reunión para contar historias, reunión para arder, sensación de calor que se tiene en una parte del cuerpo.
El fuego puede resultar abrasador, que abraza o que quema, ¿es en esta dicotomía moderna que tenemos que sujetarnos a ese vínculo con el fuego?
Las pirófitas son plantas que pueden resistir al fuego, o que precisan de él para reproducirse porque las condiciones de “competencia” con otras plantas no les permiten desarrollarse. Cada cierto tiempo (medido en siglos), un período de sequía extraordinario por su prolongada duración produce un evento anormal, un incendio catastrófico que destruye la mayor parte de la masa forestal de una región, la que solo logra sobrevivir en hondonadas junto a los arroyos. Poseen una corteza corchosa y gruesa, esta las protege del daño por los fuegos, por lo que logran sobrevivir, o sus semillas resisten al fuego y las cenizas resultan territorios de extrema fertilidad para su crecimiento.
¿Son todos los fuegos iguales?
¿Podemos discriminar territorios sobre imágenes del fuego?
¿Qué historias contamos de él, que vayan más allá del uso que el humano moderno le dio?
¿Son todos los humos iguales?
Alguien me dijo que para caminar cerca del fuego, velar por él, cuidarlo, alimentarlo, mantenerlo en vida, en vigilia, había que caminar en el sentido contrario a las agujas del reloj, así uno mantenía la energía del fuego cerca del corazón. Se perdió ese respeto, ese saber, esa historia y encerrados en casa, viendo cómo prenden fuego toda Latinoamérica, solo nos queda armar relojes que funcionen a la inversa, reconectando