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“26 de Junio – Fuego en el Puente Pueyrredón” (a menos se indique lo contrario)
Durante los últimos 18 años, los junios fueron bien rojos. En la estación “Darío y Maxi” del ferrocarril Roca se congrega siempre la cultura y la resistencia, año tras año, para reclamar una justicia que todavía mantiene la impunidad sobre los responsables políticos del asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki a manos de la policía el 26 de junio de 2002.
Este año la vigilia transcurre más que nada a la distancia, pero se replican aún las ollas populares para hacer frente al frío y el hambre en los barrios, durante una pandemia que también se tiñe de rojo.
Aquella represión policial en el Puente Pueyrredón ocurrió en un momento de tremenda crisis (recuerdan la famosa tapa de clarín “la crisis causó dos nuevas muertes“), con la memoria fresca del diciembre del 2001, que impactó de lleno en los sectores marginados del mercado laboral, con la pobreza sumiendo a la mitad de la población. Los movimientos populares fueron una fuerza creciente en base a asambleas, cortes de ruta y manifestaciones, los cuerpos se expresaban en todas las formas posibles para garantizar el pan y el trabajo digno. Había que organizarse para armar la olla, poner a funcionar merenderos y comedores, y conseguir el techo y la vivienda. En ese momento en que la representación política tradicional estaba tan bastardeada, crecieron (o quizá deberíamos decir que resurgieron o se reinventaron) formas de organización de base en las que confluían diversas trayectorias e identidades.
Los movimientos de trabajadores y trabajadoras desocupadas y precarizadas fueron construyendo iniciativas ante la falta de oportunidades. Crear fuentes de trabajo en forma colectiva, armar los comedores entre todxs, tomar las tierras para construir las viviendas. Con la represión siempre latente, y los recuerdos -y duros aprendizajes- de Cutral Co, el Santiagazo, el 2001. En el sur del conurbano bonaerense se dieron confluencias de gran presencia territorial, y en ellas se arremolinaron dos jóvenes llenos de sueños como Darío y Maxi. Tenían 21 y 22 años respectivamente. Sus vidas arrebatadas y sus sueños y militancias fueron continuadados en los barrios, por miles de personas organizadas que trabajan día a día contra las injusticias. Y van incorporando nuevos elementos, de un mundo que también ahora es levemente diferente del de aquellos constructores de horizontes.
¿BLACKROCK? NAH, ¡ROCA NEGRA!
Hoy escuchamos mucho de BlackRock en la negociación por la deuda ilegítima y por eso mismo impagable que sobrevuela siempre a América Latina y que, interminablemente, paga el pueblo. Pero hay una Roca Negra que expresa todo lo contrario de ese mundo del laberinto de la deuda, del cual Darío decía: “Creemos que la situación no va a cambiar por ese lado, sino atacando los intereses que se están llevando las riquezas de nuestro país: los grandes grupos económicos, los banqueros, el sector financiero hoy por hoy condicionan al gobierno y el gobierno toma una posición”.
Esta nueva materia rocosa queda en Monte Chingolo, Lanús. Se trata de un predio recuperado donde desde hace más de 15 años funcionan numerosas actividades en el marco del movimiento Frente Popular Darío Santillán: una bloquera (que empezó a funcionar con ayuda de Darío), una cooperativa de trabajo, un taller de costura, una herrería (con esculturas que hoy resignifican la estación de tren), un jardin maternal y un bachillerato popular, todo con el trasfondo de un mercado fruti-hortícola que abastece localmente.
El bachillerato funciona desde el 2008, nos cuenta a la distancia Soledad, su preceptora. Ella nos atiende amablemente por teléfono ya que ahora, mientras estamos en pandemia, no podemos ir a visitarlos.
Se trata de espacios necesarios, que vienen a llenar un bache enorme en las distancias a veces abrumadoras que plantea la educación formal de los ministerios, alejadas de la realidad de los barrios. Junto con las fábricas recuperadas, las cooperativas y otras experiencias horizontales y autogestivas que se consolidaron en el nuevo siglo.
Sus estudiantes – cooperativistas que deben finalizar sus estudios, vecinos y vecinas que eligen seguir estudiando y jóvenes- están cursando a la distancia, aunque faltan las computadoras y los celulares… y si no tienen, en Roca Negra pueden encontrar los materiales impresos para seguir estudiando. En situación de no-pandemia, desde las 18hs, cuando comienzan a llegar les estudiantes -muchas veces luego de agotadoras jornadas laborales- el espacio educativo se convierte en un lugar de encuentro y aprendizaje atravesado por múltiples situaciones familiares, edades y experiencias. Para quienes tienen hijes, existe el espacio de niñez “Chingolites”, donde las y los más chiquites pueden recrearse y aprender mientras sus padres y madres asisten a las cursadas.
Foto: Soledad (https://www.facebook.com/bachi.rocanegra/)
En muchas ocasiones son las y los docentes los que ponen el dinero para costear muchas de las tareas. No es sólo enseñar. La educación popular, como allí y en otros bachilleratos, se piensa diferente a la “educación bancarizada” (¿la de BlackRock?). Acá “nosotres recibimos a los pibes y pibas y todos sus problemas: somos un espacio de afecto. Queremos construir desde otro lugar”. A veces los casos para contener se desbordan en cantidad, y por eso las redes de solidaridad son fundamentales y sobre todo, la sensación de igualdad que construye. “Acá no hay jerarquías, somos todes compañeres. Tenemos chicos y chicas que fueron expulsados de instituciones que reproducen la competencia, el verticalismo entre pares. Somos un espacio para romper con lógicas tradicionales, siempre desde el respeto”.
Los bachilleratos populares son, a la vez, otra muestra de solidaridad entre docentes y profesionales de la educación. Hay experiencias así en toda la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano: existe una “Coordinadora de Bachilleratos Populares En Lucha” que viene reclamando por el reconocimiento de las escuelas, las canastas alimentarias, que se reanuden los planes educativos para terminar las primarias y secundarias de chiques mayores de 18 años (FINES) y que la conectividad educativa (netbooks, PCs, internet) también llegue a estas experiencias.
“En el bachi recibimos muchos de los problemas que los estudiantes traen consigo. Violencia en los hogares, problemas económicos, falta de contención”, también nos cuenta la preceptora. “Y a la vez, tenemos otros espacios con los que salimos a los barrios, a buscar esos problemas”. El club popular “El Dari”, por ejemplo, realiza actividades con los pibes y pibas y salen a recorrer y a identificar situaciones conflictivas: los basurales, los arroyos contaminados, las enfermedades de las familias que viven en los siete barrios de alrededor de Roca Negra. Se hacen las campañas de vacunación, y las cooperativas garantizan el funcionamiento de los comedores y las “copas de leche”, como la que funciona en el barrio “La Fe”, donde Darío era un referente a su temprana edad.
¿Qué tienen de común las diferentes materias que se dictan en estos espacios? Perspectiva de género en todas las asignaturas y los espacios de intercambio entre docentes y estudiantes. En realidad, “existe un protocolo de género que es transversal a todos los espacios del Frente Popular Darío Santillán, donde juega un rol importante el Colectivo feminista Tatagua, un espacio de escucha, asesoramiento y acompañamiento frente la violencia machista”. De allí, todo el trabajo destinado a des-naturalizar el rol de las mujeres, de hablarlo en las clases, de generar espacios en el bachi y en todo Roca Negra para hablar cada vez más libremente sobre la desigualdad de género.
Ahí empezamos a hablar un poco de la fuerza de las mujeres piqueteras, un gran antecedente para los feminismos territoriales actuales. Las mujeres vienen reclamando voz en los espacios asamblearios y en las marchas y movilizaciones. “Solo hay dos mujeres referentes en los barrios de la zona de Monte Chingolo” explica Soledad. “Sigue habiendo mucho machismo en los barrios y vamos con esto a fondo, porque ya es un nuevo paradigma y la cosa es inclusiva sí o sí”.
“YO ME IMAGINO ATARDECERES EN EL CARIBE, ÉL SE LOS IMAGINABA EN GUERNICA O CLAYPOLE”
Dos películas documentales se proyectaron esta semana para difundir las historias de Darío y Maxi, y ambas contribuyen a transmitir los horizontes de las luchas populares desde abajo. “Darío Santillán. La dignidad rebelde” se centra en el rol de Darío, completamente entregado a la causa piquetera desde el barrio Don Orione, y “Maxi Kosteki. Constructor de caminos” recupera la figura de Maxi, artista y también militante del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) en Guernica.
En una escena de este último documental, una compañera de Maxi lo recuerda con una gran sonrisa en esa anécdota según la cual el artista se ponía a admirar el atardecer en Guernica o Claypole, fumando. Un muchacho que le encontraba la vuelta a cualquier situación, algo que a ella le resultaba admirable. Claro, pues ¿qué representa un atardecer en los suburbios que son pateados una y otra vez por las y los jóvenes desocupados y casi sin esperanzas? ¿Jóvenes para los cuales los escapes de la realidad pueden hallarse en otros destinos imaginados?
Hace unas semanas escribíamos sobre este doble filo de pensar lo ambiental en general. Esa limitante, casi un a priori, que nos lleva a pensar que “lo natural” está en otro lugar, alejado de los barrios donde vivimos y trabajamos. Bueno, en alguna delgada línea, la actitud de Maxi recupera un poco esa propuesta con la que tanto insistimos: revisar nuestros entornos y comprenderlos desde sus realidades, sin desdeñarlos. Los ambientes de nuestros barrios son tan importantes como esos atardeceres en el Caribe que parecen residir en un mundo paralelo, o en algún viaje futuro que muchos quizás no haremos. Roca Negra, las huertas comunitarias y panaderías de Guernica, los comedores populares, la autoconstrucción y organización social del hábitat, el reconocer la contaminación de los arroyos… Todos esfuerzos que salen de las ciudades y de los suburbios, y son la construcción de un ambiente, y un mundo social, más justo y libre.
Sembrar solidaridad desde los barrios y que esta crezca y se expanda más allá de los años y de las generaciones. Darío y Maxi están en esa estación hermosa con tanto arte y memoria. Se los recuerda en cada caso que nos volvemos a encontrar con el gatillo fácil, en cada represión que vivimos cuando vamos a manifestarnos. Como eternos jóvenes llenos de sueños y compromisos, de militancias tan diversas como los mundos que imaginamos.
Experiencias de educación popular, de labor horizontal, de conocimiento de los entornos para poder volver sobre sí, con sus tensiones y dificultades, desde ya. Pero esos proyectos que continúan su legado, y los que nacieron en sus memorias, más todos los que se vienen, nos ofrecen nuevas posibilidades para entender que lo colectivo es el único camino de la transformación social.