“Lo que necesitan [los seres humanos], y lo que ellos sienten que necesitan, es una cualidad mental que les ayude a usar la información y a desarrollar la razón para conseguir recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo dentro de ellos.
(…)
La imaginación sociológica nos permite captar la historia y la biografía y la relación entre ambas dentro de la sociedad.”
Wright Mills (1959)
(*) Socióloga. Investigadora CONICET en Instituto de Investigaciones Gino Germani
soledad.fernandezbouzo@gmail.com
La imaginación sociológica nos enseña que la mejor manera de desarmar sentidos comunes que nos impiden conocer el mundo, es mediante el ejercicio de reflexividad sobre las conexiones que existen entre nuestras biografías y los procesos históricos; trabajo que, desde una perspectiva crítica, supone la identificación de las relaciones de poder que se encuentran en juego. Pero, ¿qué dimensiones de las dinámicas biográficas e históricas quedaron invisibilizadas? ¿Qué tipo de relaciones de poder dejamos fuera de nuestras lentes ahora que demostramos dificultades en la comprensión de los acontecimientos que nos trajeron hasta la pandemia?
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Desde una mirada centrada en la dinámica del poder, lo que aquí propongo es que recuperemos una herramienta con valor heurístico como es la imaginación sociológica, con el propósito de profundizar en la relación entre las trayectorias biográficas, los fenómenos socio-históricos y los procesos ecológicos. Con la noción de imaginaciones socio(eco)lógicas podemos revitalizar una herramienta potente del pensamiento sociológico para analizar la pluralidad de experimentaciones sociales que se manifiestan en diferentes esferas de la vida social, y que muestran la capacidad de producir conocimientos situados (Haraway,1991) e imaginar crítica y creativamente (nuevos) mundos deseables.
Más específicamente, la noción de imaginación socio(eco)lógica es pensada para observar experimentaciones sociales capaces de crear horizontes democráticos de justicia social y ecológica, donde las trayectorias biográficas de los sujetos que se encuentran involucrados en esas mismas experiencias juegan un rol preponderante, en la medida en que ponen a disposición recursos imaginativos diversos -ideas, prácticas, imágenes-, provenientes de la vida cotidiana, de las ciencias, las artes, la política, los territorios, etc. Allí radica su sentido profundamente político y emancipatorio, en tanto se propone como categoría activa para recuperar ensayos sociales que cuestionan las geometrías de poder capitalistas que amenazan constantemente la reproducción de nuestras vidas en diferentes escalas y territorios, al tiempo que construyen poder para generar alternativas concretas en distintos ámbitos de la vida social. Son experiencias del pasado que han sabido producir imágenes de futuro, pero también son ensayos más recientes que de alguna forma se vienen adelantando a este presente-futuro incierto.
Ciertas experiencias ecologistas pioneras que tuvieron lugar en las décadas de 1960 y 1970, dieron origen a enfoques críticos que permearon las esferas de la ciencia y la política. Por ejemplo, personalidades de las ciencias biológicas como Rachel Carson o Barry Commoner comenzaron a ver los perjuicios que ocasionaban el uso de pesticidas y las tecnologías nucleares en Estados Unidos. Desde marcos interpretativos propios de una ecología científica incipiente, ellos contaban con herramientas para identificar la contradicción existente entre ciertas actividades económicas del capitalismo industrial y las bases materiales necesarias para la reproducción de la vida. El libro “Primavera Silenciosa” de Rachel Carson (1962) tuvo amplia repercusión, motivo por el cual ella fue blanco de persecuciones y difamaciones que intentaron desacreditarla. No obstante, su trayectoria –una (eco)biografía, podríamos decir- le permitió desplegar recursos de una imaginación científica capaz de repensar las relaciones sociedad-naturaleza. La trascendencia histórica de sus hallazgos repercutió sobre todo en la década de 1970, cuando tuvieron lugar los primeros movimientos ecologistas, las primeras conferencias internacionales y agencias gubernamentales ambientales.
En el ámbito de la ciencia y la política de Argentina, estos fenómenos se vincularon con experiencias de imaginación socio(eco)lógicas locales dignas de destacarse. En la esfera científica, la década de 1970 fue testigo de acalorados debates sobre los estilos de desarrollo, la cuestión de la pobreza y el ambiente en América Latina. Por mencionar una de las discusiones, los cientistas argentinos de la Fundación Bariloche expresaron su crítica a las visiones neomalthusianas, del informe MIT “Los límites del crecimiento” (Meadows et al., 1972), a través del Modelo Mundial Latinoamericano (MML) (Herrera et al., 1977). El Club de Roma, un grupo de científicos y políticos de los países centrales, había encomendado al MIT aquel informe que sostenía que la crisis económica y ambiental que se avizoraba por aquellos años se debía a los límites físicos de los recursos de la Tierra, frente a la presión que ejercía el aumento de la población en los países pobres y el crecimiento económico de los países ricos. El modelo MIT proponía como solución la desaceleración del progreso económico de los países ricos, pero fundamentalmente, un estricto control de la natalidad en los países pobres. Como respuesta crítica, el MML señaló que el problema no era físico sino socio-político; esto es, que la sobreexplotación de los recursos y la contaminación tenían raíces en las lógicas de acumulación y consumo capitalistas, lógicas que, en términos geopolíticos, generaban condiciones estructurales de desigualdad a nivel planetario. Con gran imaginación científica y política, la propuesta del MML centraba su posición ética en la lógica de la necesidad humana, a partir de un paradigma que promovía la suficiencia material en sociedades igualitarias. Con estos postulados, cuestionaba el modelo etnocéntrico e inequitativo propuesto por el Club de Roma, al tiempo que proyectaba una sociedad deseable social y ecológicamente.
En el ámbito de la política, Perón (1972) daba a conocer su “Mensaje a los pueblos y los gobiernos del mundo” desde el exilio, poco antes de la primera conferencia de las Naciones Unidas sobre Ambiente Humano en Estocolmo. Allí decía que la contaminación del ambiente y de la biosfera, así como el hacinamiento en las ciudades, no era un problema más en la humanidad, sino el problema, y que todos ellos estaban ligados de manera indisoluble con la justicia social, la soberanía política y la independencia económica del Tercer Mundo. Cuando asumió la presidencia en 1973, creó la primera secretaría ambiental de Argentina, la Secretaría de Recursos Naturales y Ambiente Humano a cargo de Yolanda Ortíz, una de las primeras ecologistas de nuestro país formada en ciencias químicas. Sin dudas, se trató de una excelente señal para avanzar en la ampliación de los derechos ambientales en Argentina y en toda la región, pero lo que sucedió luego en América Latina con el advenimiento de las dictaduras cívico-militares interrumpió todo proyecto de ambientalismo estatal (Gutiérrez e Isuani, 2014). Así y todo, con la recuperación de las democracias, aquellos primeros rudimentos político-institucionales de imaginación socio(eco)lógica nunca volvieron a recuperar su espesura. No obstante, aquí destacamos la imaginación política de la experiencia, en tanto se erigió como el primer ensayo institucional nacional que tuvo como objetivo gestionar problemáticas ecológico-distributivas complejas, desde una mirada geopolítica crítica.
En relación a imaginaciones socio(eco)lógicas más recientes, existe una gran diversidad de redes organizativas que surgieron frente a la degradación ambiental, así como movimientos de campesinos e indígenas movilizados contra los extractivismos en distintos territorios de Argentina y la región. Son experiencias que cuestionan la distribución desigual de los riesgos ambientales y la destrucción del ambiente, a través de enfoques que reclaman visiones integrales en la gestión de políticas ambientales, y que movilizan nociones geopolíticas de fuerte anclaje territorial como el “extractivismo” y el “despojo”, en relación a daños irreversibles que generan en las vidas cotidianas actividades como la megaminería, el fracking o el negocio inmobiliario en las ciudades. Así, por ejemplo, encontramos a los llamados “foros hídricos” que complejizan las visiones sobre el acceso al agua y el saneamiento en barrios de las periferias metropolitanas; los “espacios intercuencas” que discuten acerca de las dinámicas que contaminan los ríos y arroyos; las asambleas que buscan frenar el avance del desarrollo inmobiliario y que denuncian la existencia de extractivismos urbanos; experiencias colectivas que ponen el foco en la problemática de los residuos en diferentes escalas; las redes de agroecología como las que impulsan lxs trabajadores de la “Unión de Trabajadores de la Tierra” (UTT) y la ampliación de las “Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria”, etc.
Entre estas últimas redes destacan particularmente las imaginaciones comunitarias de ciertas praxis ecofeministas en los territorios. Entre los antecedentes históricos, encontramos el movimiento Chipko de la India en 1970, movimiento protagonizado por mujeres contra la tala indiscriminada de bosques nativos (entre ellas la reconocida física Vandana Shiva). Entre las referencias más cercanas en tiempo y espacio, contamos con diversas experiencias: la de las madres del barrio Ituzaingó Anexo en Córdoba contra las fumigaciones con agroquímicos; las redes de docentes contra la contaminación de los ríos urbanos y las fumigaciones en áreas rurales y suburbanas de diferentes provincias; la llamada “rebelión de las flores nativas” protagonizada por mujeres indígenas contra los “terricidios” extractivistas; el trabajo renovado del área ecofeminista del Taller Ecologista de Rosario (quizás las más antigua de las organizaciones ecologistas de Argentina); las intervenciones del urbanismo feminista que lleva adelante la colectiva Ciudad del deseo; las caminatas que organizan la colectiva de observadoras de aves feministas en las reservas naturales urbanas; así como otras organizaciones ecofeministas pioneras de Argentina como es la organización Ecosur, en vínculo con nuevas redes que se están ampliando en los sucesivos encuentros plurinacionales de mujeres, lesbianas, trans, travestis, bisexuales y no binaries.
También sobresalen las imaginaciones socio(eco)lógicas que tuvieron mayor visibilidad durante el año 2019; es decir, la de las nuevas generaciones que se vienen movilizando para demandar políticas que frenen la crisis climática y las violencias especistas. Aquí no solamente me refiero al fenómeno global impulsado por Greta Thunberg desde Suecia, sino también al conjunto de los movimientos nucleados por “les jóvenes x el clima”, y otras organizaciones de jóvenes universitarixs de barrios populares. Ellxs se están autoconvocando en torno a la figura de Yolanda Ortíz, pero también en memoria de Berta Cáceres, una activista ambientalista, indígena y feminista, que fue asesinada por los poderes políticos y económicos de Honduras en el año 2016. Todas estas nuevas expresiones del ecologismo contemporáneo incorporan un elemento novedoso que refiere a la exigencia de políticas de justicia ecosocial intergeneracional, en tanto sostienen que las nuevas generaciones (de seres humanos y no humanos) son las más perjudicadas por la depredación que dejan sus antecesores, en términos de la baja calidad de vida que pueden alcanzar en un contexto de extrema precarización y crisis ecológica planetaria.
Algunas de las organizaciones de derechos humanos de las décadas de 1970 y 1980 merecen una mención aparte, en la medida en que han actualizado su agenda en razón de la defensa del ambiente de los pueblos. En ese sentido, Adolfo Pérez Esquivel y Norita Cortiñas encarnan en sus propias (eco)biografías la redefinición histórica de las luchas ecologistas actuales en clave de derechos humanos. En este punto, me interesa destacar también que estas redes son redes amplias que incluyen científicas y científicos nucleados bajo el lema de la “ciencia digna”, así como redes de “cine comunitario” e iniciativas culturales y artísticas diversas. Una de las más notables es la experiencia que impulsa cada dos años el festival internacional de cine ambiental de derechos humanos, dado que no solamente difunde producciones cinematográficas sobre problemáticas ambientales territoriales en clave de soberanía audiovisual, sino que también genera espacios de debate y encuentro entre distintos actores e instituciones (organizaciones sociales, escuelas, universidades, instituciones científicas, etc.).
Lo interesante de destacar aquí es que estas experiencias tienen la potencialidad de desplegar imaginaciones comunitarias, en la medida en que las atraviesa una preocupación recurrente por ensayar modos de vida en común más justos, y donde los impactos ecológicos de las actividades humanas tienen un peso importante en las reflexiones desde visiones no antropocéntricas. Se entretejen de manera porosa con imaginaciones científicas, precisamente porque las motoriza el deseo de conocer conexiones que no son evidentes en una arquitectura societal generizada, racializada y clasista. Se entrelazan con imaginaciones artísticas, en tanto las moviliza la pulsión por crear modos de vida alternativos con la exploración de recursos estético-políticos de distintas artes.
En suma, los esfuerzos por estudiar las imaginaciones socio(eco)lógicas, rastrear las biografías y colectivos que en ellas se articulan, las ideas e imágenes que producen, las espacialidades y temporalidades de poder que cuestionan -incluso elucidar sus contradicciones, marchas y contramarchas-, podría ayudarnos a producir los conocimientos necesarios para avanzar en una agenda pública con horizonte emancipatorio. También nos alentaría a continuar explorando repertorios estéticos, éticos y políticos para crear mundos con justicia ecosocial.
Referencias bibliográficas
Carson, Rachel (1962) Silent Spring. Boston, MA: Houghton Mifflin.
Gutiérrez, Ricardo A. e Isuani, Fernando J. (2014). La emergencia del ambientalismo estatal y social en Argentina. Rev. Adm. Pública [online]. 2014, vol.48, n.2, pp.295-332. ISSN 0034-7612. http://dx.doi.org/10.1590/0034-76121700.
Haraway, Donna (1991). Ciencia, Cyborgs y Mujeres. La reinvención de la naturaleza. http://kolectivoporoto.cl/wp-content/uploads/2015/11/Haraway-Donna-ciencia-cyborgs-y-mujeres.pdf
Herrera, Amílcar; Scolnik, Hugo; Chichilnisky, Gabriela; Gallopin, Gilberto; Hardoy, Jorge; Mosovich, Diana; Oteiza, Enrique; Brest, Gilda; Suarez, Carlos y Talavera, Luis (1977). ¿Catástrofe o Nueva Sociedad? – El Modelo Mundial Latinoamericano, Ottawa, International Development Research Centre.
Meadows, Dennis et al. (1972). The Limits to Growth. New York: Universe Books.
Mills, C. Wright (1959). The Sociological Imagination. Oxford: University Press.
Perón, Juan D. (1972). Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo. Madrid, difundido el 21 de febrero de 1972.