Mientras leía algunas noticias, me detuve en las expresiones de la canciller de Alemania, Angela Merkel: “Es el desafío más grande desde la Segunda Guerra Mundial”, en referencia al azote del coronavirus en dicho país. “No ha habido un desafío para nuestro país que dependa tanto de nuestra solidaridad común” puntualizó.
La guerra, la que une rechazos y cantos de paz, pero que continuamente los seres humanos revisitan en todas sus formas culturales, como una adicción, como un recuerdo hiriente que no para de brillar. Que, cada tanto, vuelve en carne viva, aunque sea de menor intensidad. El siglo XXI todavía no sacó su tercera edición, pero ahora se difunde la idea del “enemigo invisible” y común. Cuando no es el terrorismo, ocupa su lugar este virus. Hoy, todxs enfrentamos a este rival.
Y con la solidaridad como arma, esa otra palabra, que parece que se enuncia fácil en los momentos de crisis. Ser solidarios en tiempo de guerra mundial, para Alemania, ¿qué podía significar? Asumo que Merkel se pone del lado del pueblo, solidario sí o sí en tiempos crueles de potencias en lucha, en conflictos que no le pertenecen.
Hoy suena mucho, sí, la palabra “solidaridad”. La tenemos que usar para estrechar lazos en tiempos de profundización de las distancias; para asumir responsabilidades del cuidado de cada-sí, con lo que ayudamos a otres (y apoyamos la labor de quiénes cuidan, por ejemplo, en el alicaído sistema de salud). Ser solidarios con el otro recluyéndonos es lo que hoy necesitamos, al menos en la primera plana de las noticias.
Será que siento rechinar la expresión. ¿Por ahí porque a veces ofrece un repliegue a otras acciones? Como toda palabra que rinde frutos, y que circula, es una disputa. Lo que me preocupa siempre es que la noción de solidaridad pierda el sentido ético y se llene de moralina. Que se agote su potencia en el arrebato de la urgencia. ¿Quedará después de esta guerra la posibilidad de completar una noción “fuerte” de la solidaridad? Que recupere lo público; que asuma el cuidado como algo ético, y por eso, una obligación; que sin el otro, no existimos.
(Después de la segunda guerra, de la crisis humanitaria y los horrores del nazismo, el capitalismo occidental y la versión socialista soviética se disputaban el globo. Ambos bandos tenían el mismo horizonte, de un lado producir sin cesar mercancías para incrementar la tasa de ganancia, del otro, producir sin parar para mantener la tasa de crecimiento. En ningún caso la satisfacción de necesidades -aún con el recuerdo fresco de la guerra- es el criterio, nos recuerda Hinkelammert. Hoy, un virus, detiene la economía mundial. En la Polonia bajo esfera del modelo estalinista, a fines de la década de 1940, el filósofo Kolakowski leyó un cartel que decía: “Luche en contra de la tuberculosis, porque la tuberculosis obstaculiza el desarrollo de las fuerzas productivas”. El liberalismo ahora pide a gritos la presencia del Estado. Tenemos que estar atentos para cuando la lucha contra el coronavirus finalice, para que el criterio de la satisfacción de nuestras necesidades no se nos vaya. Para ello, pienso en otras referencias de la solidaridad, incluso en el movimiento Solidaridad polaco que vino 30 años después. Hay que recuperar la política en un sentido horizontal, una economía social y solidaria, capaz de ser autogestiva y dar lugar a un plano donde nos reconozcamos como seres corporales, naturales, sintientes, y necesitados.)
LA GANSA BLANCA (O NIVAL)
Durante estas tardes de soledad decidí, porqué no, darle play por milésima vez a uno de esos discos que crece con cada escucha, y que con cada reproducción produce algún brotecito en nuestro interior. Es una sensación placentera, como cebarte un buen mate mientras contemplas el horizonte (qué va, da para hacer ambas cosas a la vez, será para la próxima).
Bueno, este disquito es una de las obras maestras del prog-rock, a mi humilde parecer. Se llama Music inspired by The Snow Goose, y fue compuesto y editado por la banda inglesa Camel en el año 1975. Sí, el nombre es ese, y si pensaste por ahí en la marca de cigarrillos, todo bien. Pero no. Aunque mirá, usaron el mismo el logo.
No voy a dejar de señalar la conexión con lo anterior, a pesar de que me tienta fiero describir tema por tema cómo se devela una historia sentida, tierna y multiespecie en una obra conceptual, con tintes de poema sinfónico. Por suerte, de eso se han encargado ya los entusiastas del género progresivo (podes ver acá y acá). Sí es fundamental contar que está inspirado en la novela del estadounidense Paul Gallico (1897-1976), “The Snow Goose: A Story of Dunkirk” (La gansa nevada: una historia sobre Dunkerque), publicada en 1940.
Sin temor a decirlo, desgrana musicalmente, guardando los dramas y la línea narrativa (a la manera de temas y capítulos), una historia de amistad ambientada en la región de Essex (Inglaterra) con el trasfondo de la Segunda Guerra, cercano a los conocidos sucesos de Dunkerque. Imagínense en las marismas de Essex un faro abandonado, ocupado por Philip Rhayader, un hombre jorobado y ermitaño, pintor de la vida silvestre. Ese faro oscuro ha sido convertido por este personaje, ocasional visitante de la ciudad para aprovisionarse, en un santuario de aves caídas y heridas por cazadores.
Un día, su soledad es interrumpida por la visita de Fritha, una joven lugareña que le lleva en brazos un ejemplar herido de gansa nival (Chen caerulescens). Esta ave, alejada de su grupo y trayecto por una feroz tormenta cuando se dirigía hacia el sur para escapar del invierno del ártico, será el nudo de una amistad en ciernes entre Fritha y Rhayader, a pesar de las apariencias y los miedos. Esas que marcan la distancia entre extrañes, que nos pone a la defensiva ante lo “anormal” y lo desconocido. Rhayader cuida al animal y pronto the snow goose recupera la capacidad de volar, y será asidua visitante del faro en sus próximas migraciones. La amistad, casi un triángulo interespecie, florece, Fritha crece y Rhayader internamente se enamora, hasta que ¿oh sorpresa? la guerra hace su aparición. Rhayader decide cruzar el Canal en bote para llegar a la playa de Dunkerque y ayudar en la evacuación de soldados aliados, y la gansa, en vez de seguir a su bandada en la migración adelantada por las carreras de aviones y disparos, revolotea sobre la pequeña embarcación en el periplo, mientras el jorobado salva a cientos de hombres. Más tarde, Fritha, esperando ansiosamente en el faro, ve llegar a la gansa nival.
Lo sucedido, la interpretación del suceso, y toda la parte final, la dejo en suspenso. Con respecto al disco, cada parte de la historia, aquí muy abreviada, es simulada musicalmente con maestría por la dupla de Andrew Latimer y Peter Bardens, principales compositores del grupo. Péguenle una escuchada, si pueden con el libro al lado. Como dicen por ahí, una auténtica gozada.
MIRADAS (“OJOS LIMPIOS DE CHINGOLO”)
Vamsee Juluri, en una nota para Huffspot, compara dos tratamientos del hecho bélico por parte de la cultura occidental. De un lado, comenta la atrocidad de las imágenes de películas como Dunkirk, de Christopher Nolan, como una más de la seguidilla de filmes que se dedican a mostrar, lisa y llanamente, la intensidad de la guerra -un propio género cinematográfico- casi sin disputar el sentido de un acontecimiento de tamaña magnitud. De alguna manera, menciona el autor, la maquinaria cinematográfica del género parece tener para rato, porque no solo está normalizada la cultura de la guerra, sino incluso glorificada. Durante la invasión a Irak de los Estados Unidos a comienzo de los ’90, “la complicidad de los periodistas y los medios de entretenimiento era tan profunda que por primera vez, quizás, una guerra era presentada como un espectáculo televisivo, mostrando bombas inteligentes como si fuera un atractivo inocente, a expensas de cualquier discusión seria sobre lo moral y lo humano, así como de los costos ambientales, de la guerra. El cinismo de esta era, podríamos decir, fue incluso el tema de una película sobre el rol de los medios para inventar una guerra (Wag the Dog)”.
Juluri contrapone a toda esta movida cultural que refleja lo bélico (y por extensión, a cualquier cuestión que toque “lo humano”) de una manera vacía y espectacular, con las formas artísticas que priorizan el significado y la experiencia. Señala que la maquinaria visceral de los grandes medios y productos culturales reproduce de alguna manera la violencia y una suerte de “poca importancia” por la vida, nos muestran los miedos, nos hacen sentir la urgencia y el temor… pero no presta atención a nadie, no genera reflexión sobre el otro. En cambio, la historia de la amistad entre dos seres tan distintos, entrecruzada por la magia de un ave (siempre recordemos esos límites con los animales, que bien plantea la pregunta de su mirada, de su atención hacia nosotres), contando la misma escena -el rescate de la playa de Dunkerque-, nos acerca a otras formas de vida y de representar las posibilidades de la vida.
Aunque no hablen o no muestren la sangre de la violencia, estas formas llegan al corazón de los sentimientos que una guerra -o cualquier otro desafío para la humanidad y nuestro entorno- produce. Son una vía de la solidaridad.
CADA UNE DESDE SU FARO AYUDE A OTRES
Entonces, aunque hoy veamos sólo cifras de contagios, y nos aterroricen, tenemos que buscar las maneras de que lleguen los esfuerzos, los cuidados, los alientos de lejos, y tenemos que disputar cómo contamos esta historia. Cuando salgamos del aislamiento y veamos a nuestros cielos más limpios, con aves migrando… ¿continuaremos apostando a los materiales que reflejen nuestra condición en forma espectacular y cínica, o nos volcaremos, de una vez por todas, a producir significados, experiencias y responsabilidades solidarias con nuestros semejantes y con el resto de las especies?
(Obviamente, The snow goose seguirá ocupando ese puesto entre mis discos favoritos. Y para la próxima escucha, dando un pequeño paseo, no me olvidaré del equipo de mate).