El jueves 21 de marzo empezó con lluvia y muy temprano. Partimos del bonito barrio de Río Vermelho, en Salvador de Bahía, al nordeste de Brasil, con rumbo a Santo Tomé de Paripe. Una hora aproximadamente de viaje, hasta este pequeño enclave de pescadores, rodeado por la Bahía de Todos los Santos y la Base Naval Aratú.
La isla tiene unos 5 mil habitantes, el 93% se reconoce como “negro” o “pardo” y vive de la pesca artesanal. Es muy poco lo que se conoce sobre el lugar, con un pasado turístico que parece ya olvidado y un presente complicado para quienes allí habitan. Son comunidades quilombolas, asentadas en las tierras donde sus antepasados, los esclavos de las plantaciones cercanas, huyeron en busca de libertad.
Brasil fue el último país latinoamericano en abolir formalmente la esclavitud: recién en 1888. La zona norte de la isla es la que sufre de mayor precariedad, más próxima a la zona industrial y carente de infraestructura de calidad. La zona sur tiene mayor oferta de servicios básicos, cierta ligazón con actividad turística y mayor distancia de las fuentes contaminantes. Llegamos a destino a las 8 de la mañana con un cielo amenazante. El mar se embravecía y los barquitos se sacudían rítmicamente. Zarpar hacia la Isla de Maré sonaba a una aventura extrema.
Dentro de la embarcación, unas 70 personas hacíamos equilibrio para sentarnos, y algunos se pusieron el salvavidas. Contra todo pronóstico, el viaje fue de lo más tranquilo. Jocemar y Marizélia, de la comunidad quilombola Bananeiras y miembros del MPP (Pescadores y Pescadoras Artesanales de Brasil) fueron nuestros guías y quienes nos llevaron a ver de cerca las construcciones gigantes, el “progreso industrial brasilero”, que está carcomiendo a sus habitantes y cultura tradicional. “Nosotros producimos la comida que comen los brasileros” explican nuestros guías, y es real… ellos pescan de ese mar y ese río que las corporaciones están matando.
UN BOLONQUI SERIO
Los quilombos son comunidades autónomas. En el año 2003, por decreto, el presidente Lula estableció el reconocimiento de sus derechos territoriales, pero en la práctica esto no resolvió todos sus problemas y titular la tierra comunitaria les resulta sumamente complicado. Son comunidades pobres, descendientes de esclavos con sus derechos avasallados. El Estado los ignora y, actualmente, bajo un gobierno que mira con poco cariño a las comunidades campesinas, indígenas, quilombolas, y a las minorías en general, resultan sobre todo un obstáculo al ingreso de industrias y corporaciones internacionales que buscan recursos naturales.
Esta isla, perteneciente al municipio de Salvador, desde la década de los ‘50 fue convertida literalmente en “zona de sacrificio ambiental” en pos del “desarrollo” brasileño, a partir de la instalación de un complejo industrial en la región. La Refinería Landulpho Alves (RLAM), la Terminal Marítima Madre de Dios (TEMADRE), el Complejo Industrial de Aratú (CIA), el Puerto de Aratú y el Complejo Petroquímico de Camaçari (COPEC) son algunas de las industrias en funcionamiento alrededor de la isla. Como consecuencia, elevados niveles de contaminantes (arsénico, cadmio, cobre, mercurio, plomo, zinc, entre otros) fueron registrados en toda la bahía, afectando a la población de la isla y a toda su fauna y flora. Uno de los efectos es modificación de la cadena alimenticia en los humanos, ya que como “predadores tope” ingieren alimento contaminado. El riesgo cancerígeno asociado para varios poblados de la región -y cuya absorción es más acentuada en los niños- ha sido registrado oficialmente pero aún no se le ha dado ninguna respuesta concreta.
Mientras nuestro barco se adentra en la bahía, vamos observando las distintas comunidades costeras. Son construcciones humildes, casas de ladrillos, algunas pintadas de colores, enclavadas en un selvático ecosistema litoral. En las orillas siempre hay barcos y a nuestros costados, mientras navegamos, nos cruzamos con hombres en plena labor, lanzando redes desde pequeños botes. Nuestra primera parada nos lleva frente unos tanques-esferas gigantescas de cemento, almacenes de gases licuados y otros materiales. Del lado de enfrente hay un puerto donde podemos presenciar el momento en que las grúas descargan granos en camiones, liberando polvo lleno de agrotóxicos al mar y al aire.
La logística del mercado agroindustrial también se implantó en esta isla, y los impactos recaen en las aguas y costas, ensuciando las aguas con los remanentes, los materiales de limpieza de máquinas y buques, que atraen animales que pueden ser peligrosos para las comunidades, como ratas o serpientes, aumentando el riesgo sanitario. No hay gestión ambiental para estas consecuencias, más bien se las invisibiliza y no se brinda asistencia a las poblaciones locales para que puedan lidiar con estas situaciones de mejor manera. No muy lejos ya podemos ver torres que expelen el humo y fuego de las centrales termoeléctricas cercanas. La isla está rodeada de estos monstruos contaminantes.
LA BASE NAVAL ARATÚ
Durante la década de 1950 se instaló la primera refinería de petróleo cerca de la Isla y a partir de ese momento, la región quedó ligada al paradigma desarrollista de la nación brasileña, así como a los impactos de los gobiernos dictatoriales. Puntualmente, en 1954 la prefectura de Salvador donó tierras continentales de Paripé, y ahora se encuentra una de las bases navales de la Marina brasilera (que luego construyó en la región también una represa). En los años ‘70, estas tierras se destinaron a residencia de los militares que allí se instalaron, aunque moraban comunidades quilombolas. En ese entonces unas 50-60 familias fueron expulsadas del lugar, sin indemnización. Desde ese momento perduran relaciones de hostilidad y agresión con las comunidades quilombolas adyacentes, quienes reclaman las tierras como propias.
En definitiva, el noreste brasilero, y particularmente la zona de Aratú (puerto de Aratu-Candeias) recibió un fuerte impulso en materia industrial (y un fuerte cariz militar en su control y vigilancia), estableciendo también una zona de movimientos entre diferentes actividades que requerían abastecimiento y transporte de personal desde los poblados cercanos. Paradójicamente (o no tanto…), en los últimos tiempos la base funciona como remanso vacacional para presidentes y otros funcionarios de alto rango. Los guías nos comentaron que Dilma Rousseff y Lula pasaron sus fiestas de fin de año, y el uso exclusivo para jefes de Estado parece que no va a cambiar. Algunos pueden disfrutar la tranquilidad y belleza de las playas de Inema.
Tan lejos y tan cerca de estas comunidades que resisten 500 años de una opresión que nunca termina. Hoy en día encontramos industrias que no cumplen con las normativas, el riesgo de las actividades portuarias y pretroleras, un tipo de turismo que impacta negativamente en el ambiente, el crecimiento del cultivo de camarones en los manglares, la contaminación atmosférica, la deficiencia de los servicios sanitarios y cloacales, la pesca con bomba y la destrucción de la Mata Atlántica, como mayores problemas para un buenvivir de esta región. Las actividades de drenado del Canal de Cotegipe, que implica el riesgo de diseminar metales pesados sedimentados y acumulados en el fondo del mismo, además de los nuevos riesgos asociados al polo de la Industria Naval en la Bahía de Iguape, acrecientan el drama.
Y tenemos, a la vez, los mismos pozos de extracción de petróleo dentro del territorio de las quilombolas.
¿Cómo llevan esta situación las comunidades, y qué alternativas pueden encontrarse desde sus propias intervenciones y propuestas?
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