LA CIUDAD BAJO ESCUCHA

Unas palabras sobre la vida urbana y sus instituciones a partir de "The Wire", la serie de David Simon, situada en Baltimore (EEUU).

HEY, GUARDA! POR AHÍ ALGUNOS SPOILERS A CONTINUACIÓN.


“The Wire” es una ficción de TV en 5 temporadas (2002-2008), que se mueve entre el drama y la acción policial, añadiendo una mordaz aunque solapada crítica de las instituciones en las grandes metrópolis. Basada en la experiencia de David Simon (autor de The corner y Homicide –producto de horas y horas de trabajo de campo en los departamentos de policía y las esquinas de venta de droga en la ciudad de Baltimore, Maryland- y responsable de la sección Policiales en el Baltimore Sun por treinta años), la serie sigue a un puñado de policías muy efectivos en espionaje vía escuchas judiciales (allí la relación con el título) para ir tirando la cuerda de la narcopolítica que toda gran urbe moderna parece tener sobre el cuello.

Cada season incorpora algunos rasgos histórico-político de inicios del siglo XXI (por ejemplo, las sucesivas crisis económicas y los tema-prioridad del terrorismo post-Torres Gemelas; o cómo al principio los jóvenes que controlan las esquinas y los monoblocks se comunican entre sí y con sus jefes mediante teléfonos públicos, luego recurren a celulares prepagos -esos primeros motorolas y nokias con pocos pixeles y bien resistentes- y finalmente los blackberry con cámara incorporada, un nuevo desafío para las escuchas) y se centra en un escenario urbano diferente por el que, de una u otra forma, pasa el narcotráfico y todas sus derivas.

  • Unas gaviotas sobrevuelan el puerto de Baltimore, y los estibadores beben con un pato-mascotizado en el bar donde descargan angustias y sobrecargas, mientras cranean de qué manera evitar los controles aduaneros para hacer traficar los compuestos químicos e ingresar a mujeres de Europa del Este en redes de trata.



  • En la escuela, los problemas presupuestarios y la baja motivación de docentes y no-docentes la tornan un espacio que poco contiene a jóvenes con problemas en sus hogares, y que a veces salen durante las tardes y noches para ejercer de “soldaditos” en las esquinas del negocio. También aparecen académicos buscando financiamiento para diagnosticar sociopatías tempranas y generar proyectos de inclusión social.



  • Las oficinas del diario Baltimore Sun se recalientan con la crisis financiera global de 2008, que lleva a los dueños a reducir personal y dar prioridad a notas sensacionalistas sobre la vida de los sin techo, rayando el “fake news” para mantener las ventas a un mínimo considerable.


TEACHER, LEAVE THE KIDS ALONE!

Las instituciones y sus transeúntes, entonces. La tensión dentro de las familias (padres y madres sin trabajo y los jóvenes que llevan plata al hogar trabajando en las esquinas), las cárceles (en su interior los status del afuera persisten), la escuela (el presupuesto educativo depende de exámenes estandarizados que solapan las dificultades del aprendizaje), los sindicatos (concentrados en disputas internas), la prensa (¿qué paga publicar y dónde está la ética periodística?), los hospitales (cuando el personal se torna reacio a curar heridos por peleas de bandas que tienen en vilo a los barrios), la iglesia (aquí su rol varía de acuerdo al grado de cercanía entre el “reverendo” y la comunidad), los organismos de policía y seguridad interior (sus bajezas -la corrupción, el abuso policial-, pero también mostrados como el costado “bueno” de la guerra contra el mal, ..). Son escenarios donde transcurren numerosos episodios del drama de vivir juntos en la ciudad. Ah, y los guetos.

En una decisión muy pensada, sabiendo que le queda poco para jubilarse y que “má si, ya fue todo!”, el jefe de la policía local decide (sin dar por enterado a sus superiores) destinar un sector de la ciudad semi-abandonado para que todo el tráfico de droga pueda desplegarse a plena luz del día, las 24hs. Cuesta al principio convencer a su personal, pero poco a poco el plan funciona y un nuevo sector de la ciudad nace: “Hamsterdam”, donde la circulación de sustancias ilegales se torna en libre mercado. Las cuadras están delimitadas: en cada extremo, un coche policial contempla y no deja salir. De esa manera, el resto de la ciudad parece recuperar su vecindad oculta, esa que cerraba las persianas y puertas con miedo a una bala suelta. La gente sale a la calle, se reúne, juega en las veredas, las barre y moja los canteros.

DANCING IN THE STREET

En los robos de autos, en los tiroteos y las entraderas, reaparece ese tópico de la criminalidad como un fenómeno urbano sui generis, que ha tentado a los estudios de la ciudad desde la Escuela de Chicago hacia aquí. Desde ya, esto es ficción. Hamsterdam es una idea, pero la legalización de la droga es un tema actual y en debate. La relación de padrinazgo entre algunos adultos y los chicos que trabajan en la droga y que ven atisbo de luz en otro camino, es otro recurso imaginario, pero el trabajo infantil existe en múltiples formas. La serie, de esta manera, con cada tema y con cada escenario en cada una de sus temporadas, juega un poco con el humor, algunos personajes entrañables y la acción para acercarnos a los cruces entre los ámbitos de la vida.

El negocio de la droga en su totalidad, los grandes jefes, son la cabeza de una circulación de dinero y favores entre políticos, empresarios inmobiliarios y jueces. ¿Cómo no tomar en serio la segregación urbana si la compra y venta de inmuebles y desarrollos de emprendimientos para valorizaciones del capital es el punto más alto de una cadena de inversiones que alcanzan su otro extremo con la fragilidad de las vidas más vulnerables expuestas al maltrato policial y a las guerras de bandas callejeras? Una pirámide donde las instituciones gubernamentales, las privadas y aquellas sin fines de lucro, incluyendo a la escuela, pasando por los clubes barriales y los centros de rehabilitación y las terapias grupales de auto-ayuda, tratan de contener o luchar contra la desigualdad de clase, de raza y de género que se reproducen en toda la base.

Es ficción, de vuelta. Pero genera una forma interesante de conectar lo que sucede en la calle con las distintas instituciones. Se trata de las escuchas judiciales, una especie de nuevo Ojo-que-todo-lo-ve, capaz de reunir los arreglos de los escritorios de la burocracia política y los asalariados de las oficinas policiales con los meetings de los jefes-narcos; cada pequeño detalle se resuelve, para mal o para bien, en el asfalto. Esta serie magistralmente trabaja las veredas y los despachos, y nos revela cuánto de nuestro hábitat, de nuestra relación con el ambiente urbano -la vivienda, el acceso a la salud, a la educación, al espacio verde- se ve afectado por intereses económicos que fragmentan la ciudad, segrega a su población y profundiza así las injusticias sociales.

Baltimore, Maryland = Bodymore, Murdaland


¿Un punto flojo? Todo parece irse al demonio cuando las complicaciones presupuestarias alcanzan también al aparato policial, poniendo límites a la capacidad de acción de los “bienintencionados” policías. La policía, en suma, como el último recurso. Una situación paradojal para un gobierno: cuando el problema público que más mide en las encuestas es la seguridad, y ni siquiera tenes la mayor inversión puesta en el aparato represivo.

Con todo, The Wire resulta una buena opción para ser usada como insumo educativo, al menos como “complementario”, si queremos mostrar las conexiones en problemas tan actuales como la segregación urbana, la delincuencia juvenil o el tráfico de drogas, ya que ofrece retazos de todas las lógicas sociales que engendran ese último paso de la venta al consumidor, mostrando el espacio que existe para trabajar desde abajo, y junto con la gente, sobre estos problemas. No es una serie que se detiene en cómo agarran a los bad-boys y cómo estos se perfeccionan y obligan a nuevas medidas policiales, sino que profundiza en los mecanismos que reproducen la violencia y la marginalidad -a su vez que entretiene con la acción y excelentes diálogos, tomando también los giros y formas de las expresiones callejeras de Baltimore (¡muy necesarios los subtítulos!). Es asimismo para compartir con quienes trabajan en algún ámbito de lo urbano, sea una ONG, un movimiento social o mismo alguna entidad pública que vele por los derechos colectivos. The Wire tiene un poco para decir sobre muchos temas de nuestras ciudades, aún con las distancias. Y hasta a veces, se entreteje con la realidad.

En 2015, “riots” en Baltimore pusieron en tapa de diarios la relación “realidad”-“ficción” con la serie de David Simon (ver aquí)


BONUSTRACK

Sí, el humor rescata un poco la dureza. El más botón de los personajes, y aún gracioso, el senador Clay Davies, es un eminente corrupto de la política de Baltimore con apoyo popular, una figura rimbombante que a veces también sufrimos en la vida real. Capaz de salirse con la suya recurriendo al manejo público de los temas que lo acosan, alianzas con personajes clave y una verborragia envidiable, su enfado se expresa verbalmente en un cómico “SHIIEEET” (algo como “¡mierda!”), una forma que considero muy útil para emplear en nuestra vida cotidiana.

Un espacio colectivo de difusión, reflexión y debate.

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