Veo a mi gata que mira a la calle, anhelando igual que yo salir a sentir el viento patagónico que golpea nuestras casas con nosotros dentro, intentando resguardarnos no de las ráfagas si no de un virus que azota al planeta. Pongo la pava para el mate. En el matutino zapping de noticias en el teléfono, una me llama la atención. Hago click. “Mi padre murió buscando algo que era gratis, aire”, dice el titular de un diario extranjero, el testimonio es de la hija del magnate bancario de Portugal, António Vieira Monteiro, que falleció a mediados de marzo en Lisboa a causa de una asfixia producto del covid-19. Otro titular confirma que por primera vez en la historia los inversores cobran por comprar barriles de petróleo y se desploma el precio del oro negro en Estados Unidos en un 90% ante la brutal reducción de la demanda producida por la crisis del coronavirus. Me pregunto, entonces, si el verdadero enfermo no es el capitalismo y si podrá este agonizante paciente revivir. Muevo la bombilla y cebo el último lavado, dejo el celular en la mesa y me recuesto con la gata en el sillón. Cruzamos una mirada cómplice, después de todo no está tan mal que se termine de desplomar este cadáver, digo en voz alta y ella ronronea como si avalara mi deseo.